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Cada miércoles

Comedor San Luis Gonzaga 14 de Octubre 2015

Cómo cada miércoles, formada en la línea de producción para servir los alimentos a los migrantes en el comedor San Luis Gonzaga, repartiendo a toda prisa los trastesitos del arroz (actividad que me tocó realizar) me llamó mucho la atención que a pesar de que el menú eran frijoles caldudos con salchicha y arroz, hubo un señor con carita redonda que sonreía de oreja a oreja mientras le llenabamos su charola, muy agradecido y muy contento se me quedó grabada su carita.

Con esa imagen en mi cabeza regresaba a mi trabajo, cuando en el radio se oyó una noticia a cerca de un "artista" (de esos cantantes nuevos) que coleccionaba carros, así como se lee coleccionaba carros. La noticia era una invitación a entrar a su red social, para ver cual era su nueva adquisición; aun no puedo dejar de pensar en cuántos platos de frijoles caldudos y arroz saldrían solo de uno de esos carros, que han de estar metidos en una cochera sin moverlos para no maltratarlos; cuántas sonrisas saldrían de uno siquiera, y no hay red social que pueda mostrar el sentimiento de amor incondicional de Dios al ver a estos hombres poder recibir su charola, la cual quizás, sea su única comida del día.

Artistas que no transmiten amor, solo son "artistas". Artista es más el padre Lesama quien dijo alguna vez que quería hacer crecer el comedor pero, en sus palabras: "ni un solo ladrillo por un plato de comida"... Nunca lo olvidaré.

Melina González Acuña

Grata sorpresa


Me re-encontré con ‘El Chapo’, migrante internacional de origen michoacano, deportado últimamente desde Illinois, EE.UU. por su mal comportamiento - vaya usted a saber lo que signifiqué eso - a Hermosillo, Sonora.

Lo conocí en el año 2014, ganándose unos pocos centavos por lavar autos y siendo víctima del abuso policíaco a causa de su adicción al alcohol, que por ese entonces, añoraba dejarla. Deseaba convertirse en ‘alguien’, ya que él tenía valores enseñados por la Iglesia, y regresar ‘al otro lado’ donde lo esperaba su esposa e hija.

Un día, sin más, me comentó que se iría, que cruzaría por el desierto trabajando para el ‘narco’, pues era la forma más segura de entrar; y sí, así lo hizo.

El volverlo a ver y escucharle esas historias, a veces animadas por tener público a quien le interese, ayuda a crear una conciencia de lo difícil que ser migrante, ser de esas personas que dejan su ‘todo’ por la ‘nada’, que caminan por el desierto sin agua ni comida, dejando sus huellas, ya sea por el cerro del Buda o atravesando el río Gila, solamente para dejar la ‘merca’ - pasaporte americano no oficial - muchas veces no pagada. 

El ‘chapo’ regresó, no para ‘echar raíces’, pues a él no le gusta estar atado, simplemente para retomar esas fuerzas que lo llevan a enfrentarse, una y otra vez, contra la quimera llamada sueño americano.


Santiago

Lo mejor de la hospitalidad cajemense

Todo comenzó en una ciudad de Estados Unidos de donde un inmigrante indocumentado fue deportado a Tijuana. Allí decidió quedarse a trabajar por unos meses hasta que un día consideró que era tiempo de retornar a su lugar de origen en la región centro de México. Por ahorrarse un dinero y no llegar a su pueblo con las manos vacías, optó por viajar de “trampita” en el tren. El viaje transcurrió sin mayores contratiempos hasta Empalme, pero esto muy pronto cambiaría.
 
En esta ciudad, platicaba el migrante, se subieron unos chavos en un vagón contiguo al que viajaban un compañero de camino y él; casi llegando a Esperanza los dos migrantes observaron que los chavos empezaron a bajar las escaleras desde el techo a la entrada de su vagón, y agrega: “uno pensó que nos iban a pedir algo o que se querían venir con nosotros, ya de ahí cuando se bajaron los cuatro chavos, se pusieron así, otro aquí, se puso otro acá y dice uno de frente: “¿a dónde van locos?””. Entonces “los chavos” les insultaron, amenazaron con un cuchillo y robaron sus pertenencias: una mochila con el dinero que pensaba ahorrar. El tren todavía iba a buena velocidad cuando lanzaron a su compañero fuera del tren; él les dijo que por favor le dieran oportunidad a que el tren se detuviera un poco, que no los iba a denunciar, y le contestaron: “túmbate loco” y acto seguido con una fuerte patada lo arrojaron fuera del tren. Todo esto ocurrió en la noche y no fue hasta el siguiente día muy temprano cuando reaccionó. Llegó la policía y luego una ambulancia para trasladarlo al hospital y curarle su pierna fracturada.
 
Cuando fue dado de alta, solo y sin recursos en una ciudad desconocida, fue llevado a la Casa del Pobre y del Migrante «El Buen Samaritano», la cual está a cargo de la Diócesis de Ciudad Obregón. En esta casa lo recibieron: le dieron alojamiento, comida y varias llamadas telefónicas para reportarse con su familia. Así como a él, en esta casa, establecida en el 2011, han recibido miles de migrantes en tránsito por nuestro estado. Y es que Sonora es un lugar de paso de migrantes que van hacía Estados Unidos, más de cien mil anualmente, y de mexicanos deportados que vuelven a un país donde ya no está su hogar, cerca de cuatrocientos mil por año en el último quinquenio. Las vidas de estas personas están en una situación extrema, viven día a día entre el peligro y la incertidumbre; una necesidad de tal alcance, merece una respuesta magnánima y generosa como la ofrecida en esta casa. Esta casa refleja lo mejor de la hospitalidad cajemense hacía las personas migrantes, lo mejor de la hospitalidad de mi tierra, de la cual todos podemos aprender.
 
Rolando E. Díaz Caravantes

Mi relato

Comedor San Luis Gonzaga 2 de Septiembre 2015
Fue un día nublado, un poco sofocado pero con menos calor que otros miércoles; el solo hecho de llegar al comedor ver los rostros enegresidos y sucios,  pero aún así, recibiéndonos con alegre saludo y sonrisas rebosantes en sus labios, ya le hace a uno olvidar los "problemas"  con los que creemos lidiar a diario.
Este día fue tranquilo,  había poca gente y había algunas manos más ayudando, así que aproveché para tomar mi posición favorita de la línea productiva: entregar los platos.
Así empezó una jornada más. Avanzando por las ventanillas viendo ojos de todos colores,  ojos que te miran,  ojos que se desvían,  ojos que chispean,  y es ahí donde empiezan a llover las bendiciones "Dios los bendiga",  cantan las vocesitas y mi alma por dentro contesta: "lo acaba de hacer hermano mío ¡qué regocijo!"
Como cada miércoles,  todo transcurrió tranquilo,  pero no se me olvida una carita que se iluminó al recibir el alimento y no pudo evitar decirme "un platillo diferente"; me dejo pensando en cuantas veces uno no valora lo que a diario tres veces (por lo menos)  al día se sirve en nuestras mesas,  ver la alegría de ese hombre por ese "simple"  detalle me conmovió.  Qué sencilla es la felicidad y nosotros,  por lo menos yo,  la recibo tres veces al día.
Al final no pudo faltar la repetición y aun así sobró para que la fila de "para llevar"  se fuera cargada,  qué bendición,  todos iban contentos "estuvo sabroso"  eran sus comentarios. Salimos corriendo,  como siempre,  y sus manos nos daban la despedida ¡qué alegría!.
Doy gracias a Dios por la oportunidad de recibir tal bendición cada miércoles a las 12 del medio día.
Melina González