Todo comenzó en una ciudad de Estados Unidos de donde un
inmigrante indocumentado fue deportado a Tijuana. Allí decidió quedarse a
trabajar por unos meses hasta que un día consideró que era tiempo de retornar a
su lugar de origen en la región centro de México. Por ahorrarse un dinero y no
llegar a su pueblo con las manos vacías, optó por viajar de “trampita” en el
tren. El viaje transcurrió sin mayores contratiempos hasta Empalme, pero esto muy
pronto cambiaría.
En esta ciudad, platicaba el migrante, se subieron unos
chavos en un vagón contiguo al que viajaban un compañero de camino y él; casi
llegando a Esperanza los dos migrantes observaron que los chavos empezaron a
bajar las escaleras desde el techo a la entrada de su vagón, y agrega: “uno
pensó que nos iban a pedir algo o que se querían venir con nosotros, ya de ahí
cuando se bajaron los cuatro chavos, se pusieron así, otro aquí, se puso otro
acá y dice uno de frente: “¿a dónde van locos?””. Entonces “los chavos” les
insultaron, amenazaron con un cuchillo y robaron sus pertenencias: una mochila
con el dinero que pensaba ahorrar. El tren todavía iba a buena velocidad cuando
lanzaron a su compañero fuera del tren; él les dijo que por favor le dieran
oportunidad a que el tren se detuviera un poco, que no los iba a denunciar, y
le contestaron: “túmbate loco” y acto seguido con una fuerte patada lo
arrojaron fuera del tren. Todo esto ocurrió en la noche y no fue hasta el
siguiente día muy temprano cuando reaccionó. Llegó la policía y luego una
ambulancia para trasladarlo al hospital y curarle su pierna fracturada.
Cuando fue dado de alta, solo y sin recursos en una ciudad
desconocida, fue llevado a la Casa del Pobre y del Migrante «El Buen Samaritano»,
la cual está a cargo de la Diócesis de Ciudad Obregón. En esta casa lo
recibieron: le dieron alojamiento, comida y varias llamadas telefónicas para
reportarse con su familia. Así como a él, en esta casa, establecida en el 2011,
han recibido miles de migrantes en tránsito por nuestro estado. Y es que Sonora
es un lugar de paso de migrantes que van hacía Estados Unidos, más de cien mil
anualmente, y de mexicanos deportados que vuelven a un país donde ya no está su
hogar, cerca de cuatrocientos mil por año en el último quinquenio. Las vidas de
estas personas están en una situación extrema, viven día a día entre el peligro
y la incertidumbre; una necesidad de tal alcance, merece una respuesta
magnánima y generosa como la ofrecida en esta casa. Esta casa refleja lo mejor
de la hospitalidad cajemense hacía las personas migrantes, lo mejor de la
hospitalidad de mi tierra, de la cual todos podemos aprender.
Rolando E. Díaz Caravantes
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